Ndura, el hijo de la selva.

Javier embarca a sus amigos Álex y Juan en un viaje por África; lo que iban a ser unas vacaciones inolvidables se convierte en un infierno en el que el peor demonio no es precisamente una naturaleza hostil.

Esta obra es el ejemplo más fehaciente de que la literatura es el mejor medio para viajar. Efectivamente, es una novela creada a partir de lecturas de libros de fauna y flora de otros continentes con objeto de poner el decorado; la imaginación hace el resto y deja que los personajes se muevan en él, no como peces en el agua precisamente, sino como «urbanitas» en la selva, es decir, como un pulpo en un garaje, para seguir con las comparaciones animales.

Su estructura también está muy bien cuidada, aunque aparentemente es lineal tiene algo en común, salvando ciertas distancias, con la película Origen, protagonizada por Leonardo di Caprio. Si no la visteis no os lo cuento para no quitaros la intriga; si la visteis pero no habéis leído este libro, os invito a ello para que busquéis la coincidencia y si la visteis y leísteis el libro podréis o no estar de acuerdo.

Surgen muchos temas a lo largo de esta lectura, como la capacidad de superación del ser humano cuando se encuentra al límite en un medio extraño, los remordimientos por los hechos del pasado que nos llevan a la situación actual, la amistad con unos desconocidos que socorren, acogen y comparten su legado cultural, al mismo tiempo que deja claro que no necesariamente están más adelantados aquellos que poseen Internet o coches, sino los que mejor se adaptan al medio.

En definitiva, con esta obra queda demostrado que todo aquel que quiera lanzarse a escribir una novela, puede hacerlo contando con las lecturas apropiadas y un poco de imaginación para crear todo tipo de situaciones.

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